El momento en el que organizaba el viaje desde Barcelona, y después de un duro año de trabajo, reveses y cambios intensos, el cuerpo me pide algo más que sentarme en una lancha y observar a través de la lente fotográfica la flora y fauna de Malasia.
No me cuesta encontrar lo que busco en esa caja de Pandora que es Internet. Uncle Tan, un campamento muy básico, para viajeros sin manías y con ganas de vivir la jungla de Borneo sin remilgos.
Para llegar hasta nuestro destino volamos desde la capital malaya de la isla de Borneo, Sabah. De ahí, nos dirigimos a Kota Kinabalu, después a la ciudad de Sandakan (con “a”, pues con “o” solo es el pirata Sandokan que se inspiró en esta ciudad para hacer célebres sus aventuras en el mar de Célebes o Silawesi).
Nada más aterrizar tomamos un taxi que nos lleva al Km. 16, Gum Gum (suena a chiste o a chicle, pero este es el nombre del poblado) donde tiene su base logística Uncle Tan. Desde aquí, un malasio se presta a llevarnos en coche hasta el río Kinabatangan.
Explorando la profundidad de la jungla
Una vez arribamos al río, tenemos la primera oportunidad de realizar un safari que no nos decepciona: águilas, lagartos monitor, cocodrilos, orangutanes, macacos, se iban cruzando en nuestro camino. Mientras el sol inicia su lenta caída, las sombras negras de las palmeras y los monos se confunden con la frondosidad de la jungla.
Una hora más tarde alcanzamos la orilla donde iniciamos una caminata hacia el interior de la jungla. Los macacos con sus grititos histéricos parecen conducirnos entre un silencio casi sobrecogedor. La humedad y el calor sofocante no dan tregua.
Tras quince minutos de marcha por una pista de fango, aparece frente a nosotros una tosca pasarela de madera y a cada lado una hilera de cabañas con rejas como paredes. Hemos llegado a Uncle Tan, en las profundidades de Borneo. La auténtica jungla del temido Sandokán.
Nos da la bienvenida Eugene, un joven malasio que, como el resto de los que trabajan en Uncle Tan, es mitad atleta, mitad biólogo, características fundamentales para guiarnos por este inhóspito territorio.
Durante nuestra estancia de cuatro días todo el equipo muestra siempre su mejor sonrisa, a pesar de las condiciones en las que trabajan.
Llegada la noche, los chicos nos preparan una deliciosa cena a base de especialidades de la región que devoramos, sin pensar por un momento en qué ingredientes forman parte de cada plato. La deliciosa sopa de cerdo salvaje con curry rojo y chiles nos pasa a todos factura. Al siguiente día, casi todos padecemos la consabida diarrea del viajero, nada grave, aunque vemos a más de uno trasladado fuera del campamento, suponemos que a un hospital cercano.
La cena o el desayuno es una ocasión para conocer a tus compañeros venidos de todos los rincones del mundo, aunque pronto nos dividen en pequeños grupos, el nuestro fue bautizado como “los lagartos”: dos australianos, un alemán, una bielorrusa superviviente de Chernobil, un sueco con una rubia demasiado joven para ser su novia, dos belgas y nosotras, las dos únicas españolas…
Poco a poco fuimos conociendo las pocas comodidades con las que íbamos a contar: la electricidad se produce por un generador que se pone en marcha al caer el sol y se apaga a las doce de la noche. Es decir, duchas de agua fría y mucha linterna. De todas formas, era mejor no contar con mucha luz, pues esta atraía a todo tipo de insectos y bichos sin nombre conocido.
Tras una copiosa cena y una barra libre de refrescos y cervezas, “la visita al señor Roca” fue otra experiencia que ayudó a olvidar pronto las manías más íntimas de uno: una pasarela hacia el interior de la jungla conduce a unos cubículos de madera en los que asoma un agujero oscuro que invita a no demorarse.
Fuera, un depósito de agua del río sirve para llenar los cubos que había que depositar tras la visita y para lavarte la cara, los dientes o darte una improvisada ducha con la ayuda de un barreño.
Safari por el río Kinabatangan
El sol hace su aparición y los animales se despejan lentamente, se acicalan entre ellos e inician la búsqueda del primer alimento del día. Es el momento de descubrir a los cocodrilos en la orilla, el levantar del vuelo de las aves o de las mamás gorilas dando de mamar a sus crías.
El guía nos muestra las especies agazapadas tras el follaje, sus movimientos. Frena la lancha y nos deja en el más profundo silencio. Es como estar en el centro de un zoo sin vayas, ni jaulas, ni vigilantes; con los animales en su naturaleza, sin asustarse ante la visión de unos humanos…
Volvemos al campamento para desayunar. Café, tostadas y tortitas con miel en la cabaña central, donde además del comedor abierto al jardín, hay una sala de estar, una mesa de billar y un futbolín.
Aquí no hay TV, periódicos, radio de móvil, ni música, tampoco se necesita. Solo el ambiente de la jungla que lo invade todo, nada que nos conecte con esa realidad que vivimos el resto del año.
De la nada aparece paseando un lagarto monitor de 2 metros de longitud. Segundos después llegan atraídos por el olor de las viandas los macacos que no desaprovechan cualquier descuido para robarte una tostada o una galleta. Saltan, aúllan y con sus grititos parecen reírse de nosotros. Eugene nos presenta a un cerdo salvaje que también campa a su aire.
Safari nocturno por la selva
Tras un rato de relax en las hamacas, nos cambiamos de ropa; pantalón y camisa de manga larga para evitar picaduras y arañazos, unas botas de agua como el mejor aliado para andar por el fango y un baño de loción anti-mosquitos…
Llega la exploración nocturna de la jungla y gracias a la agudeza visual de nuestro guía, podemos ver a todos aquellos seres que se mimetizan con la naturaleza o se esconden tras ella: ranitas del tamaño de un pulgar o con la piel de una roca, mariposas gigantes, aves, arañas, tarántulas, lagartos, escarabajos, monos, gorilas, seres de todos los colores y formas, mimetizados en la noche con los troncos, tierra, hojas, etc.
Por la tarde y tras una larga siesta, se juega un partido de boley. Volvemos al río para ver la caída del sol, momento en el que la fauna sale de nuevo entre las sombras para buscar la cena.
Más tarde, durante la cena, otra vez exquisita -a pesar de que nuestras tripas ya claman dieta, aparece en la cocina una serpiente pitón que fue el espectáculo de la noche y seguramente el animal más fotografiado del día. Una situación curiosa que contrastó con un momento durante el trekking nocturno por la selva que siguió a la cena, cuando en medio de una negra oscuridad en la que no sabes qué te vas a encontrar, iluminamos a una cucaracha. Todos, hombres y mujeres, gritamos al unísono. ¡Quedó clara cuál era nuestra procedencia!
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Si te ha gustado el artículo, te encantará “Días de Asia” un relato corto inspirado en este viaje y en los 6 meses que pasé recorriendo el Sudeste Asiático durante 6 meses y que recibió el Premio Accésit “VI Premio Internacional Relatos Mujeres Viajeras 2014″ y se ha publicado en un libro.