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El viaje de Arundhati

Un cuento hindú

Adolescentes-tenplo-IndiaEstos días mientras disfrutaba intensamente del Premio Accésit que me concedieron en el «VI Certamen Internacional Relatos Mujeres Viajeras» y que consistía en un viaje de 4 días por Sicilia, he recibido la buena noticia de que Ediciones Casiopea ha publicado otro de mis relatos cortos en el libro «VII Premio Internacional Relatos de Viajeras 2015».

Me hace especial ilusión saber que «El viaje de Arundhati» ha sido seleccionado entre medio millar de textos participantes porque me anima a seguir escribiendo sobre algo que me apasiona, los viajes. 

«El viaje de Arundhati» es un relato que escribí durante un viaje iniciático por el sur de la India y narra la historia de una niña, Arundhati, que no tiene opción a decidir su futuro. Su padre está a punto de casarla con un hombre adulto. En nuestra sociedad el matrimonio con niños está penado con la cárcel, pero en sociedades como la india es una costumbre arraigada y aceptada. 

El viaje de Arundhati

Niña india. @evaespinet

Chacko me la presentó con la solemnidad que manda el protocolo al sur de la India. Arundhati, delicada como una mariposa, me sonrió tímidamente con sus enormes ojos negros cuyas largas pestañas aleteaban con una intensidad que ensombrecía su tercer ojo, al tiempo que sus manitas infantiles se unían con una inclinación de cabeza; de sus labios asomaban perlas perfectas y, como un susurro acariciador, exhaló un Namaste, “hola”.

 

Apenas con diez años, era sólo una niña de flacas extremidades que evidencian una alimentación vegetariana espartana y sus gestos eran quebradizos, contenidos. Pero tras sufrágil fachada se adivinaba un precoz comportamiento, mil veces ensayado, para ser la mujer perfecta a desposar un día.

 

Observé el rostro de Chacko, entrado en canas, pulcro y regordete, vestido con el tradicional dhoti-kurta. Se le veía complacido al presentarme a su hija, mi ahijada. Mis pequeñas donaciones había hecho posible que sus hijos pudieran estudiar y labrarse un futuro. Me confesó que la fortuna había llovido en su casa en forma de cuatro varones y una sola fémina, la menor de las desgracias que le podía ocurrir a un indio bendecido por Siva. Él se había ocupado de que Arundhati recibiera lecciones de música y danza, enseñanzas que la ayudarían ante cualquier futuro candidato a desposarla.

 

Me invitó a explorar su país con su elegante Ambassador negro, desde Chennai hasta Madurai, donde tenía “una cita ineludible”. Era su modo de agradecerme lo que yo había hecho por su familia durante tantos años. Rehusé amablemente la invitación, no podía abusar de su cortesía. Traté de hacerle entender que simplemente conocerles había supuesto una gran emoción para mí. Ignoró mi explicación mientras abría gentil la puerta trasera de su coche invitándome a entrar. Turbada ante su insistencia, me acomodé en su amplio interior.

desfile-penitentes-Madurai-India

Atardecía cuando Chacko me condujo hasta una extensa playa de Chennai donde una multitud de indios, vestidos con sus galas de domingo, disfrutaban de la brisa marina. Arundhati me asió con su manita, mientras saltaba feliz tarareando la música que se mezclaba en una vibrante atmósfera con aroma a especias, jazmín, azúcar de caña y sal; un escenario abigarrado de pescadores faenando con sus redes, vendedores ambulantes, niños realizando toda suerte de malabares y feriantes ofreciendo sus atracciones infantiles a las familias que paseaban por la playa.

 

Llegada la noche, Chacko se hizo cargo de mi hospedaje. No me dejó ni rechistar. Me llevó a un pequeño y coqueto hostal, habló con los dueños y se despidió de mí.

 

A la mañana siguiente, Chacko y Arundhati me esperaban sonrientes. Ella estaba especialmente excitada. Entendí la razón de su alegría cuando nos dieron la bienvenida en una academia de danza, célebre en Chennai por sus bailarinas. Arundhati se sumó a las danzantes con sus ricos saris que enfatizaban sus movimientos y expresiones. Por un instante, dejó de ser una mariposa para dar paso a una joven con una subyugante sensualidad. El goce de Chacko era inmenso.

 

Cuando cesó la música y las bailarinas rodearon a la pequeña rindiéndole un saludo solemne, me susurró al oído: “Ya está preparada para danzar sola”. No entendí aquellas palabras, pero no quise romper la magia del momento con mis torpes preguntas.

En la carretera, me comentó que haríamos una parada en un poblado de pescadores, Kanchipuram. La costa era salvaje, apenas poblada. El vehículo se adentró por una carretera hasta llegar a un recóndito complejo turístico. Nos recibió un anciano sonriente que nos condujo a la playa. Me recorrió un escalofrío, Arundhati se agarró a mis piernas con sus bracitos. Aquel mar embravecido inquietaba.

 

Chacko se dejó caer como un plomo sobre la arena y su afligida mirada se perdió en el infinito marino. Al cabo de un rato, se acercó a nosotras con semblante pálido, pero con una serenidad que me conmovió. Me narró como en el 2004 una inmensa ola se llevaba a su mujer, junto con otros cientos de pescadores que trabajaban con las redes en la playa, tierra adentro. Desde entonces, la playa permanecía desierta, velando a los desaparecidos. Padre e hija se inclinaron respetuosamente frente al infinito horizonte marino.

 

Siguiendo la línea costera llegamos a Mamallipuram, una bella ciudad portuaria dominada por un conjunto de templos monolíticos. Sobre la ladera de un collado una soberbia roca se aguantaba de puntillas, “la llamamos la bola de mantequilla de Siva”, señalo mi chófer.

 

Atravesamos las calles atestadas de gentío y talleres.

 

Chacko se paró frente a una portezuela. Nos recibió un hombre pulcramente vestido. Entramos en una pequeña sala rodeada de estantes con maravillosas sedas salvajes. Una mujer, ante el consentimiento de él, se llevó a la niña. Al cabo de unos minutos apareció la pequeña vestida con un sari en tonos púrpuras y anaranjados. Aquel vestido debía costar una fortuna.

La piedra sagrada de Shiva. @evaespinet
La piedra sagrada de Shiva. @evaespinet

Tan pronto amaneció, continuamos viaje. Debíamos llegar a Madurai por la tarde. Ciudad sagrada de la India, exhalaba una espiritualidad sobrecogedora.

 

Frente a nosotros apareció una manifestación de devotos con ofrendas florales que acompañaban a un grupo de hombres desnudos que se infringían un auténtico martirio: una fina lanza de dos metros les atravesaba cada lado de la boca. “Son penitentes”, señaló solemne mi amigo.

Templo Hindú. India.©evaespinet
Templo Hindú. India.©evaespinet

Acabada la recepción nos fuimos a un hotel reservado por los anfitriones. “Mañana será un día grande, casaré a mi hijita”, anunció Chacko. Me quedé helada, la respuesta a tanto misterio, aquel era finalmente el destino final de Arundhati. “Manda la tradición”, alegó con severidad ante mi reacción de desconcierto. Estaba compungida. “Tú eres occidental y no estás en disposición de entender. Yo no puedo hacerme cargo de ella, lo único que le puede ofrecer es un futuro mejor”, Chacko suavizó el entrecejo.

 

Deseaba ponerme en la piel de aquel ser y entender sus tradiciones tan lejanas y contrarias a las mías. Mis pensamientos se enredaban con la enigmática frase que se me había quedado grabada, “Arundhati ya está preparada para danzar sola”. Ahora cobraba todo su sentido. Me sentí en tierra ajena, incapaz de quedarme como mera espectadora de un ritual que rechazaba. Le dije a Chacko que apreciaba su generosidad, pero que no podría asistir a la boda.

 

Al día siguiente, me despedí de ambos. Los bracitos de Arundhati rodearon con fuerza mi cintura mientras su rostro se bañaba en lágrimas. La estreché entre mis brazos y la sonreí con la mirada.

 

Me incliné ante mi chófer en señal de respeto y éste me devolvió el saludo con una sonrisa serena. Todo debía seguir su curso, lo aceptase o no.

 

Me alejé perdiéndome entre una multitud festiva que recorría las calles.

 

Encontré refugio girando mis pensamientos, creyendo ingenuamente que quizá Arundhati algún día sería feliz, mientras yo debía asumir que no podía hacer nada por aquella niña que no sabía todavía lo que significaba la vida. No le pude poner un final feliz al relato de Arundhati. La India puede ser muy bella y también muy oscura,

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